Una de la etapas de mi infancia que más marcó mi vida fue en la que sentí fascinación por los autobuses. Sí, me encantaban esos enormes vehículos transportadores de gente, también llamados colectivos, y que antes cubrían todas las rutas de Caracas. Hacia los años setenta, los tres medios de transporte público que existían eran los "carritos por puesto" (el carro con cinco puestos), los taxis ("libres") y los autobuses.
La primera vez que recuerdo haber subido a un gigante de esos fue una noche en el sector El Cementerio. Si la memoria no me falla, había ido con mi mamá y dos de mis hermanos mayores, a casa de mi tía Carmen, quien para ese entonces vivía en la avenida Principal de El Cementerio. Eso tuvo que haber sido antes de 1972, así que yo tendría 6 ó 7 años cuando regresamos a Casalta en bus y de noche. Bueno, eran otros tiempos, y era normal movilizarse de noche por Caracas sin temor a que ocurriera algo malo.
En el recuerdo que hoy les traigo de esa primera vez en bus, yo iba sentado detrás del chofer viendo el enorme volante, el gran parabrisas y dándome cuenta de lo ancho del vehículo. Todo eso llamó mucho mi atención, aunado al ruido del motor ubicado al lado de mi admirado conductor.
Comencé a dibujar mis primeros buses cuando estaba en el kinder de la maestra Anabel Rada. Una escuelita que quedaba en el bloque 6 -yo vivía en 5-, y a la que me iba caminando solo. Sin embargo, antes de empezar a dibujar mis queridos autobuses, debía cumplir con el método de la observación. En mis ratos libres me sentaba en la esquina del Bloque 5 que da a la Avenida Circunvalación (dirección Casalta 2), y esperaba pacientemente a que pasaran los autobuses, uno a uno, con el fin de memorizar los detalles que luego plasmaría en el papel. Era frecuente que algún vecino me viera allí sentado y me preguntara "¿qué haces allí, Ismael?". Yo, sin nada que ocultar, le respondía, "viendo pasar los autobuses". Hoy en día, si usted le pregunta a cualquier contemporáneo casalteño qué hacía Ismael en esa esquina, todos le responderían lo mismo: Viendo autobuses.
Luego de la observación venía el siguiente paso. Compraba cinco hojas papel bond tamaño carta en la bodega del Bloque 4, con 5 centavos que me daba mamá (recordemos aquí que un bolívar tenía 100 centavos). Mamá también me compraba creyones Prismacolor de 12 colores, y una vez me compró una caja de 24. También usaba una regla para las líneas rectas, y un vaso Tupperware para hacer las ruedas. Trazaba a lápiz el bus, bien dibujado según lo observado en la esquina, y luego, ¡a echarle creyón! Después los recortaba y los guardaba cuidadosamente en una caja de zapatos. Solo dibujaba una cara de la hoja, la otra quedada en blanco. Los primeros buses que dibujé eran de la ruta "Urbanización Pedro Elías Gutierrez- El Silencio"; los llamábamos "los perros calientes" porque sus colores eran mostaza y rojo.
Pronto la fama de mi particular gusto por los autobuses se hizo notoria en el bloque y un poco más allá. Un lunes por la mañana, mientras jugaba en la habitación de "Rafuche" González -uno de mis mejores amigos de la infancia-, su hermana Amadita gritó desde el balcón, "¡Ismael hay una línea nueva de autobuses y parecen un Alka Seltzer"; salí corriendo hacia el balcón, pero para desilusión mía, el bus ya había pasado. Tuve entonces que ir a la esquina y esperar para verlos. Eran los primeros Blue Bird que yo vería, estaban pintados de blanco y azul (como la caja de Alka Seltzer), y cubrían la ruta "Casalta - Los Flores - Carmelitas - Simón Rodríguez".
Debo hacer notar que dibujaba cada bus según el original que transitaba por la ciudad. El monitoreo en la esquina del bloque consistía en que si, por ejemplo, pasaba el bus Nro 8 de la línea antes mencionada, y éste tenía un vidrio roto o un choque, entonces iba a casa y buscaba el autobús de papel de la misma ruta y le dibujaba la rotura de la ventana o el choque, según lo visto in situ. Ya para mediados de la década se sabía que yo quería ser "autubusero" o conductor de autobuses.
¿Qué cómo jugaba? Era sencillo, me arrodillaba en el piso, ponía mis autobuses en la cama, y los "conducía" mientras reproducía vocalmente el sonido del motor diesel. Eso era todo. Posteriormente comencé a observar y tomar nota de las rutas de buses que cubrían la ciudad, hasta donde me fuera posible, y con un mapa en casa iba viendo donde quedaban esos barrios o sectores. Ese ejercicio me permitió darme cuenta a temprana edad, de lo grande que era Caracas.
No puedo dejar de mencionar que, por un tiempo muy breve, hubo en el bloque 6 un terminal de la línea EMTSA (Empresa Municipal de Transporte Sociedad Anónima). Eran marca Mercedes Benz, de color verde pálido y con techo blanco. Cubrían muchas rutas de Caracas, y tenerlos prácticamente frente a mi bloque, me hacía sentir orgulloso.
En esa época no tenía conciencia de que mi verdadero entretenimiento eran unos autobuses de papel. Juguetes no me faltaron. Legos, carritos, pistas de carrera, patines en diciembre, perinola, metras (canicas). También jugué cero contra pulsero, fusilado, policía y ladrón, el escondido, pisé (la semana), el avión, pelotica de goma y la ere, pero mis autobuses les ganaba a todos. Cuando llovía o no me dejaban salir de casa, me montaba en el estrecho alféizar de la ventana de la sala y sacaba la cabeza lo más que podía para ver pasar los buses, a una distancia de unos 150 metros. Y la verdad es que los veía con dificultad, no solo por la distancia, sino por la abundante vegetación.
Montarme en uno de esos autobuses era mi mayor deseo. Una vez el transporte escolar se accidentó, así que mi hermana Idalia y yo tuvimos que irnos en un Blue Bird para la escuela, la cual quedaba en la avenida México. La ruta del bus era desde Casalta hasta la avenida Andrés Bello, a la altura del Colegio Salesiano. Desde allí tuvimos que caminar cuatro cuadras hasta nuestra escuela, la Experimental Venezuela. Aclaro que mi hermana Iraida nos acompañó hasta un punto, pues ella iba para su trabajo en Seguros Orinoco, que quedaba en la avenida Fuerzas Armadas; pero de ahí en adelante, Idalia y yo seguimos solos. Para unos niños de 10 u 11 años esta travesía capaz no era tan peligrosa como el temor que sentimos por ser la primera vez que la hacíamos. Nos fuimos con lluvia, medio dormidos, de pie y apretados, pero en
un bus.
Hasta 1974 todas las líneas de autobuses de Caracas tenían sus diseños distintivos, haciendo de las calles y avenidas un cóctel de colores. El usuario, al verlos a lo lejos, ya sabía si era el suyo o no por los colores que los identificaban. Esto cambió cuando en ese mismo año, Diego Arria asumió como Gobernador de Caracas. Con él llegó el plan "Caracas para todos", que entre otras cosas significó importar desde Inglaterra más de 2.000 unidades marca Leyland, e Ikarus desde Hungría, incluyendo los llamados acordeones, predecesores del Bus Caracas. Adicionalmente, las empresas de autobuses debieron pintar sus unidades con un diseño único; blancos con tres franjas azules, o blanco con tres franjas rojas. Esta medida de Arria trajo consecuencias en mi propio parque automotor, claro está. Tuve que "pasar a retiro" a decenas de autobuses y hacer nuevos con otros colores y características, en consonancia con las nuevas ordenanzas instauradas por el nuevo gobernador. Como verán, lo mío con los autobuses era un "juego" serio.
Con el pasar del tiempo surgieron las incómodas "camioneticas" como medio de transporte, las cuales pasaron a sustituir a los autobuses. Poco a poco las rutas fueron desapareciendo y que yo sepa, solo queda una, "Magallanes - La Florida". Quizás en una ciudad tan congestionada como Caracas era más práctico un vehículo más pequeño que se desplazará más rápido, y vaya usted a saber qué otros intereses hubo detrás de esa medida. Así pues, entre la lenta desaparición de los gigantes de seis ruedas y yo entrando en la adolescencia, fue quedando atrás un período lleno de alegrías, la de mis juguetes de papel.
Influencias de mi "pasantía autubusera"
En una oportunidad, mi hermano mayor Inocencio, me sugirió que cada vez que dibujara un autobús le escribiera por el lado anverso la fecha en que lo había dibujado. Es decir, el día, el mes y el año. La idea me pareció buena y la puse en práctica, pero lo que nunca imaginé es que hasta el día de hoy, todo evento, suceso, compra de algún bien, desde un libro hasta una casa, debe llevar la fecha adosada en la memoria. Para mí se convirtió en una regla ponerle fecha a todo. Por eso me cuesta aceptar que las personas con las que hablo, no recuerden el año en que hicieron "tal cosa" o cuando tuvieron equis experiencia.
La segunda influencia que dejó mi pasantía por los autobuses, es el hábito de escribir en letra de molde. Al escribir la ruta en el dibujo, debía hacerlo en letra de molde tal y como estaba plasmada en los autobuses. Así que hoy en día sigo escribiendo de esa manera. Lo único que escribo en cursiva es mi firma. Más nada, les aseguro. Calculen el trabajo que pasé en la escuela cuando me obligaban a escribir en cursiva.
El final. Pocos años después, cuando me mudé a Cagua en octubre de 1978, me llevé mi colección de buses para tenerlos a buen resguardo. Pero cuando volví a Caracas, cuatro años más tarde, olvidé llevármelos conmigo. Mis dibujos se quedaron en casa de mi hermano Inocencio, quien me confesó un día, que mientras limpiaba su casa, los encontró tirados en una carpeta y los echó todos a la basura. No quedó uno solo. Quedó únicamente lo que usted acaba de leer aquí.
PD: Para una mayor comprensión de lo leído, me permití retomar los creyones e hice un dibujo similar a los que me referí en la historia, y que pueden apreciar al comienzo de este escrito. Pasaron más o menos 45 años entre aquel tiempo distante y este septiembre de 2020.
FOTO: Stewart J. Brown
¡Qué bueno, primo! Yo recuerdo muy bien esa "obsesión" tuya por los autobuses, y cómo nos divertíamos en Casalta jugando. Te doy este dato, que me trajiste a la memoria con tu escrito: recién mudados a Caricuao, antes que existiera la autopista al centro, Anita y yo, que estudiábamos en La Gran Colombia, en Los Rosales, agarrábamos, como a la 5.30 a.m. un autobús Blule Bird, blanco y rojo, que iba por la autopista, doblaba a mano derecha y tomaba un "puente de guerra", frente a la UCAB, a la altura de Antímano, y de allí se iba por la Intercomunal de Antímano. Recuerdo que pasábamos frente a la esquina donde quedaba una sucursal de la Polar, con su gran…
Muchas Gracias Prima, lo hago con mucho cariño.
Muchas Gracias Prima, lo hago con mucho cariño.
Excelente primo, te felicito por esta iniciativa de llevarnos a través de tus historias a recordar esos momentos vividos de tu infancia....me encanta tu precisión y los detalles, vaya que tienes una memoria prodigiosa envidiable por cierto jaja ,por cierto yo soy de las que no recuerdo ni anoto nada cuando compro algo jeje, intento tener a alguien cerca que me refresque mi memoria... besos y felicitaciones